Hace 12 años murió mi madre; fue una muerte bellísima.

Llegó un momento en que mi madre de 95 años me dice: “ya me voy a morir” y tú allá… (yo vivía en ese entonces en Guadalajara).

Cerré la oficina y me vine a su casa para acompañarla en su jornada final para prepararla en su bien morir. Tenía 45 años de viuda, 45 años en los que la atendí en su calidad de vida como yo sabía hacerlo, acordamos que no habría tubos insertados por ningún lado, que no habría internados de emergencia en hospitales, que moriría en su casa, entre los suyos.
3 meses antes de exhalar su último aliento inició el colapso progresivo de su fallecimiento, cayó en cama y en episodios de inconsciencia. La parentela, acostumbrados a que el andén de salida de la vida incluye el ritual hospitalario, me acosaban porque no veían que sucediera lo esperado, “lo correcto”, o más bien lo usual, mandaban ambulancias, médicos, cajas de ‘ensures’, etc. etc. etc…

El día de su sublimación, mi madre inconsciente, ya próxima al final. Trajeron un doctor y una ambulancia para llevarla a un hospital, obvio en su visión de la vida de la sociedad, eso era lo correcto, lo que ‘había que hacer’. Yo me negué, permanecí fiel a lo acordado con mi madre. Me tildaron de irresponsable y cruel. Les dije: mi madre se está muriendo, no está enferma. ¿Qué parte no entienden? Sucede que, como sociedad, nos han enseñado a satanizar la muerte, no nos entrenan para acompañar a un ser querido en este proceso tan hermoso y tan naural, en el que no hay pánico, hay compasión.

A la media noche senté en la cama a mi madre, respaldada en almohadones, su respiración era serena, sus ojos abiertos, pero “idos”. Me senté en el borde de su cama, la tomé de ambas manos, la miré a los ojos, llegó un momento en el que mantuvimos contacto de pupila a pupila, hubo un incremento de claridad en sus ojos y luego se extinguieron, se fue la luz. Dejó de respirar y su rostro al perder la tensión del estrés, embelleció. Se enfrió gradualmente y fue cremada. Murió rodeada de amor, fue lo último que sintió.

A ti, ¿Te gusta el viaje que llevas?

Donnato de la O. El Caminante.
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