Gracias Pitágoras, por enseñarme de números.

​En la escuela primaria nos ponían problemas para que los resolviéramos: Tenemos 100 monedas, y hay que repartirlas entre 4 cortesanos. En el papel era sencillo, le tocan 25 a cada uno.

El problema real era tan antiguo como la historia. Nadie quedaba satisfecho. Los cuatro querían meterle la mano en la bolsa al otro.

Con una mano tenían que tantear la oportunidad de escamotearle al otro una moneda, con la otra afianzar su propia cartera. Luego se complicaban las cosas porque para orinar había que desatender una de las tareas, y el otro estaba siempre alerta para pepenar la moneda.

Más complicado se ponía el asunto cuando entraba Eva en escena, ahí era en donde se perdían las monedas. Entre que con una mano exploraba nuestro cortesano esos montes de pasiones, la otra se hacía bolas, entre refajos y braguetas. Entonces se desatendían ambas tareas, entonces se rodaban las monedas, entonces con los labios apezonados, con las carnes en las manos, y las monedas en el suelo no quedaba más remedio que olvidarse de la aritmética y cumplir con celo los quehaceres de los placeres.

Ya repuesto de las bolas y con las talegas reclamando el oro, tenía nuestro cortesano que lanzarse al ruedo a reponerlo. Quitárselo a sus iguales no era de caballeros, entonces contrataba a otro para que se los jodiera y no mancillar sus manos con tareas indignas, o bajaba unos peldaños para recuperar sus monedas entre la plebe. Tenían poco, pero eran muchos, así que quitándoles una mordidita a cada uno pronto resarcía lo perdido que sumado a lo mordido terminaba con más del triple de lo que rodó por los suelos.

La misma historia se repetía y los mismos problemas de aritmética se resolvían.

¡Así eran las aritméticas en mi pueblo!

Donnato de la O. El Caminante.
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